Mi abuela era una apasionada de la ortografía. Dice la historia familiar que durante algunos años dio clases de español – en secundaria, si mi mamá no me corrige cuando lea esto- para conseguir dinero extra mientras estudiaba la carrera de Químico Fármaco-Biólogo.
Después se convirtió en maestra de laboratorio de Química en una secundaria y preparatoria y ahí dio clases durante más de veinticinco años. En su pasión por la ortografía, tres errores en acentos o puntuación significaban reprobar el reporte o el examen. En su pasión por Don Gato y su Pandilla recurrentemente había forma de recuperar esos puntos con exámenes sorpresa y preguntas sobre Benito, Cucho o el Capitán Matute, pero esa es otra historia.
Esa pasión por la ortografía me hizo pensar en estos días que se trasladó en muchos otros componentes que han marcado mi vida: velar por la rectitud, por ser limpios y ordenados. La disciplina por escribir bien, forma hábitos fuera de la clase de Español.
“Es lo que y es cuando” era el regaño más memorable al hacer la tarea con ella. Por las tardes durante primaria y secundaria, pasé muchos años junto con mi hermano y mis primos, haciendo la tarea en su casa en la colonia Postal.
Si te tocaba estudiar con ella, pedirle ayuda o buscar la forma de resolver un problema, que ni se te ocurriera definir la palabra “correr” como “es cuando caminas pero más rápido”; o “es lo que hace Usain Bolt”. Había que tomar el diccionario, buscar la definición y racionalizarla. Aprender una palabra nueva y redactar el párrafo correcto o responder el ejercicio en la tarea de historia (porque también había que ir a buscar el México a Través de los Siglos, la Enciclopedia o el Larousse Ilustrado para saber qué contestar). Era eso o escuchar en repetidas ocasiones la frase “es lo que y es cuando” hasta que acertaras.
En su pasión por el español y las palabras, siempre la encontrabas leyendo en el único sillón de la sala al que le pegaba el sol por las tardes, o rellenando, cada semana, la edición de la revista “Cábala” con cientos de crucigramas.
Esta semana, la Paca, como la conocíamos todos porque el abuelo era el Paco (se dice que el autor del mote fui yo), cumpliría 88 años. Y me tocó recordarla en estos días porque el 10 de agosto, día de su cumpleaños, sucedieron varias situaciones de vida de las cuales querré recordar y escribir sobre ellas después.
Desde que dejó esta vida hace más de diez años, es una de las presencias que uno no deja de sentir. Es alguien que definitivamente me ha acompañado en más de una decisión a lo largo de este tiempo, y teniendo la fortuna de tener a mis otros tres abuelos todavía conmigo, es difícil olvidarla.
“Es lo que y es cuando”, “Mantén tu espacio de trabajo limpio” y su mundialmente conocido poema de “El cielo y la laguna” (que tendrá que ser recolectado en otra entrada) son parte de esos recuerdos que te regresan a la infancia, a los valores originales, a recordar quién eres y cómo debes actuar.
Y que en días como el 10 de agosto pasado, me ayudaron a definir y ver con ojos distintos lo que estaba pasando en mi vida. Bien le atinó mi antiguo profesor de Español (otra coincidencia) al responder mi tuit conmemorando el cumpleaños y recuperando el énfasis en lo memorable de la fecha.
Ya habrá tiempo para dedicar otra memoria, pero por ahora, felices 88, Paca. Aún después de dejarnos, sigues dejando huella entre tus alumnos.
Sublime lectura. Conocí a tu abuela a través de tus palabras. Brindamos por ella. Fuerte abrazo.