Cuando se van, los perros marcan épocas

Toda la vida he tenido la suerte de estar rodeado del mejor amigo del hombre. Mi infancia estuvo marcada por el Cosa, Cindy, Duque, Saddam y Natasha y Bongo.

Conviví con el Sherwood, crecí con Dieter y Helga y el Chimino (que hoy sería criticado de fifí por nacer en Dallas). Y cuando se perdió Timón, sufrí con mi mejor amigo y sus hermanos.

Pero no fue haste que uno vivió en mi propia casa, que entendí que los suertudos de tenerlos somos nosotros, sus humanos.

Zara marcó mi adolescencia y hasta participó en trabajos de la universidad. Nos acompañó incontables veces a San Miguel de Allende, al Desierto de los Leones, Chapultepec, la Condesa, Polanco, y a colonia de la ciudad que se nos ocurriera conocer, y a ella, como buen beagle, le interesara oler. O sea, todo.

Mi hermano siempre le preguntaba a Zara si era un perro feliz. Vivía en nuestras camas, le encantaba el sashimi de atún, comía croquetas de salmón o cordero, paseaba en primera clase en el coche, tenía un parque frente a la casa y se iba de vacaciones al Bajío. Ah, y para ir al veterinario había que recorrer más de 25 kilómetros en el Periférico para que la atendieran por Xochimilco.

Yo creo que sí era un perro feliz. Pero más felices fuimos nosotros de estar con ella.

Destruyó las cortinas, las patas de la mesa del comedor, incontables camas, peluches y cojines, y una vez hasta se comió al niño Jesús del nacimiento de mi abuela. Pero construyó un sinfín de momentos y memorias, de aventuras y persecuciones por los sillones y patios, sin pedir nada a cambio.

Construyó una época en mi vida y alegró cada uno de los días que estuvimos juntos por más de doce años.

Y eso hacen los perros. Por eso decimos que son el mejor amigo del hombre, o como dice Mena, “todos los animales son perros, excepto los gatos”.

Dejan pocas cosas. Una correa, una placa y su cama. Pero se vuelven puntos de comparación en nuestra vida, y cuando se van, nos hacen recordar esas memorias y las personas con quienes las vivimos.

Gracias Zara, por entrar a nuestras vidas, y nos volveremos a ver.

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